Se supone que la ciencia de la nutrición debe trazar el camino hacia una vida más sana. Pero los resultados y las interpretaciones científicas contradictorias pueden enturbiar las aguas, y pocos nutrientes lo han demostrado recientemente con más claridad que la vitamina D.
Hubo un tiempo en que parecía que todo el mundo debía tomar suplementos de vitamina D y que hacerlo protegería contra toda una serie de males, desde problemas óseos hasta cardiopatías y cáncer. Más recientemente, nuevos estudios parecen haber desmentido muchas de esas afirmaciones.
Pero un examen más detenido de las investigaciones revela un mensaje más matizado en torno a los suplementos de vitamina D: pueden ser fundamentales para corregir carencias, aunque es poco probable que las personas que ya tienen suficiente vitamina D —que es la mayoría de la población estadounidense— se beneficien de tomar grandes dosis. Los expertos temen que los entusiastas de los suplementos abusen de ellos creyendo que más es mejor o, en el otro extremo, que algunas personas privadas de nutrientes los eviten por completo.
En última instancia, dice Roger Bouillon, endocrinólogo de la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, “es como para la mayoría de las cosas. Necesitas una cantidad óptima: ni muy poco ni demasiado”.
Sin embargo, sigue siendo difícil determinar quién necesita suplementos de vitamina D, en qué cantidad y cuáles son sus beneficios concretos para la salud, y aún quedan preguntas por responder. Esto es lo que sabemos.
¿Qué hace la vitamina D y de dónde procede?
La importancia de la vitamina D salió a la luz al comienzo de la Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII, cuando los habitantes de los climas nórdicos se hacinaban en ciudades oscuras y contaminadas y pasaban más tiempo trabajando en interiores. La mayoría de los niños de ciudades como Boston desarrollaron raquitismo, en el que los huesos se ablandan, debilitan y a menudo se deforman.
Los científicos acabaron descubriendo que la exposición a la luz solar curaba y prevenía la enfermedad. Más tarde, los investigadores descubrieron que la luz ultravioleta del sol pone en marcha una reacción que genera vitamina D. La vitamina se convierte en su forma activa en los riñones y luego se transporta al intestino, donde estimula a las células a transportar calcio, un componente clave de los huesos, al torrente sanguíneo. “Lo más importante que hace la vitamina D es la absorción intestinal del calcio”, afirma Sylvia Christakos, bioquímica de la Facultad de Medicina Rutgers, en Nueva Jersey.
Aunque los efectos son más graves en los niños, las carencias de vitamina D también pueden provocar un reblandecimiento de los huesos en los adultos, denominado osteomalacia, y aumentar el riesgo de osteoporosis, en la que los huesos se vuelven débiles, quebradizos y más propensos a las fracturas. Aunque los expertos debaten qué constituye exactamente una carencia de vitamina D —y saben que los niveles saludables pueden variar de una persona a otra—, todos coinciden en que los niveles sanguíneos no deben bajar de 12 nanogramos por mililitro para evitar una carencia grave.


























