Pogacar se abrió el maillot hasta abajo, pecho al aire, las gafas sobre el casco, se desprendió del pinganillo y entregó las armas como jamás lo hizo en su carrera. “Se acabó, estoy muerto”, acertó a reconocer. La derrota y la victoria a la vez, tan estruendosas como la grandeza de los oponentes. Al mismo tiempo que Tadej Pogacar se despedía del Tour, Jonas Vingegaard miraba hacia atrás, como incrédulo ante la crisis de su Némesis.
Ni siquiera habían llegado a Meribel, el punto clave del día, lo más duro del infinito Col de la Loze por delante. En meta fueron 5:45 minutos (7:35 ya en la general), una distancia insospechada, descomunal. Otra exhibición del danés, al que sólo Félix Gall privó también de la victoria de una etapa para siempre recordada.
El ataque de Vingegaard tuvo repercusión en otros sectores de la clasificación. Puso en apuros a Carlos Rodríguez y el español, en su duelo con Adam Yates por el tercer escalón del podio salió escaldado. El británico le superó en 1.10 en meta y le separa en la general en 1.16. A su vez le amenaza Simon Yates, quinto a 19 segundos del granadino incluso Pello Bilbao a 49.
Con esta descomunal diferencia solo un desastre catastrófico impediría que Vingegaard obtenga el título. El tiempo cedido por los demás solo hace pensar en quienes serán los otros dos ciclistas que acompañarán a Jonas Vingegaard en el podio.